Duerme ya mi dulce compañera,
que tus sueños revelen el poder divino
del quien te inclinó en éste tu recinto,
que al caer el sol, te deja en libertad.
Ya que naciste junto al hombre,
tú sabes cuánto dolor esconde;
por ello, regresa presurosa a donde
el mismísimo Dios eligió tu nombre.
Todos los seres aquí ya te conocen,
temen por ti, aunque muchos lo nieguen.
Yo presencié el momento que cubren sus sienes
la señal natural de la hora en que boguen
por aquél camino que guarda la luz,
por el sendero celestial que conoce el final
de los amarillos días y del cielo azul
que celosamente conservas hasta volar…
¡No hay derecho que esperes más!
Vuela hacia allá, no vaciles en tu andar.
Descubre el misterio que guarda el paraíso
y que, cálidamente, te revela quien te hizo.
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